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Andanzas de un caballero malagueño por tierras marroquies.

Hoy en día hablar de la familia Gálvez no solo resulta familiar y conocido en la provincia de Málaga sino también a nivel internacional, por las inmensas repercusiones que tuvieron las hazañas llevadas a cabo por algunos de sus miembros en sus trayectorias militares y políticas a lo largo del siglo XVIII.

Concretamente, el personaje más importante, al que podemos calificar como gran héroe, fue Bernardo de Gálvez por su transcendental trayectoria que culminó con su decisiva y valiente intervención al atravesar con el bergantín Galveztown la bahía de Pensacola durante los años de la guerra de Francia y España contra Gran Bretaña, consiguiendo la rendición de las tropas inglesas y obteniendo por ello el título de Conde de Gálvez que le concedió Carlos III.

Numerosos estudios se han realizado en torno a la familia Gálvez, en los últimos años y se han llevado a cabo en ambos continentes diversos homenajes y muestras de agradecimiento a la labor, tanto de Matías Gálvez como de su hijo Bernardo Gálvez, que tanta gloria alcanzaron al servicio de nuestra nación.

Pero hay que resaltar que el pionero en sacar a la luz datos inéditos relacionados con esta familia de malagueños oriundos de Macharaviaya ha sido D. Carlos Posac Mon, doctor en Lengua Griega, quien ya en el mes de octubre de 1981 impartió en el Instituto de Bachillerato Nuestra Señora de la Victoria una Lección inaugural que versaba sobre las vicisitudes llevadas a cabo por uno de los Gálvez, Antonio, el menor y menos conocido de los cuatro hermanos. Dicha conferencia fue editada por el propio Instituto en una separata que llevaba por título Andanzas de un caballero malagueño por tierras marroquíes (1777- 1778) y cuya importancia radica en ser uno de los primeros trabajos de investigación centrados en los Gálvez en Málaga y que ahora pretendo reivindicar y darle la importancia que merece.

Tampoco debemos olvidar el trabajo y el tesón realizado por D. Manuel Olmedo Checa para rescatar del olvido de la memoria colectiva a Bernardo de Gálvez, su sobrino, un extraordinario y singular personaje que le ha llevado a fundar la Asociación Cultural Bernardo de Gálvez y Gallardo que goza de gran prestigio entre las instituciones culturales malagueñas para recuperar y difundir la figura de tan importante militar, así como el interés mostrado por la Real Academia de San Telmo de la que forma parte el señor Olmedo.

En estas páginas voy a recopilar el trabajo realizado, en su día, por mi padre a la vez que lo he completado con una serie de datos obtenidos en diversas fuentes que se van mencionando a pie de página y que van a ampliar los conocimientos que sabemos sobre la vida de Antonio de Gálvez.

Tenemos noticia de que sus antepasados fueron unos hidalgos de origen vasco, al parecer de Vizcaya, que arribaron a Andalucía acompañando a las huestes de Fernando III el Santo y que se asentaron en un solar denominado Solar de los Postigos. Años más tarde, de nuevo otro miembro de la familia, Antón de Gálvez, toma parte en la rendición de Granada en 1492 y por ello recibe de los Reyes Católicos el privilegio de poseer un asiento y un banco en la iglesia parroquial en la que estableciera su residencia. Por su parte, Alonso de Gálvez apodado el Rubio interviene también junto al marqués de Vélez en la lucha de las Alpujarras para expulsar a los moriscos. En el reparto de tierras usurpadas se le otorgan las villas de Benaque y Macharaviaya. Esta última será donde nazcan los famosos hermanos Gálvez y Gallardo (2). Es notorio que sus orígenes son claramente hidalgos.

Curiosamente, a comienzos del siglo XVIII, los cuatro hermanos que nacen del matrimonio formado por Antonio de Gálvez y Ana Gallardo y Cabrera viven su infancia sumidos en la pobreza y el hambre, huérfanos de padre desde muy temprana edad, su única subsistencia estaba basada en lo que recolectaban de las labores del campo. Pero llegaron a salir de esa miseria gracias a que el segundo de ellos José, tuvo la suerte de impresionar con su inteligencia nata, a los ocho años, al Obispo Diego González de Toro y Villalobos durante una visita que realizó a la iglesia de San Jacinto de Macharaviaya, en la que el niño servía de acólito y decidió tomarlo bajo su protección (3). Esta valiosa ayuda le sirvió para ingresar en el Seminario de Málaga. Pero al no demostrar vocación sacerdotal, el Obispo Molina le envió a estudiar leyes en Salamanca y acabó doctorándose años más tarde en Alcalá de Henares.

José no va a olvidar a su familia y logra que todos sus hermanos Matías, Miguel, Antonio, y un sobrino, hijo de Matías, Bernardo estudien y ocupen cargos importantes, muchas veces a través de un deliberado nepotismo que no intentaba ocultar y que generaba críticas e intrigas palaciegas.

Todos ellos van a ser hombres importantes de la Ilustración que trabajarán durante el reinado de Carlos III. Matías, el primogénito se dedicará a la carrera militar, ocupando a lo largo de su trayectoria puestos en España y en América de gran trascendencia.

José inicia su ascensión política en las Indias. Fue uno de los colaboradores más eficaces de Carlos III, quien llegó a confiarle el Ministerio Universal de las Indias, premiando sus servicios con la concesión del Marquesado de la Sonora (4).

Miguel, fue el hermano predilecto de José, estudiará también Leyes en la Universidad de Alcalá. Llegó a ser ministro del Consejo de Guerra y en 1786 fue enviado a la Corte de Prusia como Ministro plenipotenciario estableciendo relaciones con el rey Federico el Grande.

Antonio Miguel Joaquín - que son los tres nombres que le impusieron en la pila bautismalel menor de los hermanos y que va a ser el protagonista de nuestro relato, nació en Macharaviaya el 28 de septiembre de 1728, al poco tiempo de fallecer su padre. Se dedicará a la carrera militar, pero no va a ser capaz de igualar en méritos al resto de sus hermanos. Siendo relativamente joven alcanza el grado de Capitán de Milicias. Pero destaca sobre todo por su carácter orgulloso, pendenciero y ambicioso.

En octubre de 1751 se casó en la iglesia de San Jacinto de Macharaviaya con Mariana Ramírez de Velasco, hija del alférez mayor de esa villa con la que no tuvo hijos. Desde su boda se instalan en Málaga y como su situación social era muy buena y su economía sumamente acomodada, ocupaban dos casas, con cochera, en la Plaza de la Merced.

La actividad profesional de Antonio lo va a mantener alejado de su hogar durante largos periodos de tiempo. Mientras su mujer que, según consta en la documentación manejada, era analfabeta, va a cubrir esas ausencias protegiendo a sus parientes menos afortunados, dedicando su tiempo y hasta su vida en la crianza y educación de varios sobrinos, así como a una niña que, al parecer, era hija natural de Antonio ya que en su certificado de adopción consta que la joven era vecina de Málaga y que respondía al nombre de Rosalía de Gálvez (5). No se indicaba ni su lugar de nacimiento, ni la fecha, pero sí que había sido educada desde la niñez por Antonio de Gálvez y por Mariana Ramírez (6). Esta niña que pasó sus primeros años en la Casa de Niños Expósitos de Ronda, va a recibir una educación esmerada como correspondía a su rango social, llegando a dominar el francés, el italiano y la música. Pero su pasatiempo favorito será la lectura. Pasados los años se convertirá en una dramaturga de relieve.

En el año 1777, Antonio de Gálvez fue nombrado Administrador General de Canarias, en atención a sus méritos y contando, posiblemente, con la mano protectora de su hermano José. Corriendo el mes de noviembre de ese año embarcó en una saetía catalana que zarpaba con rumbo a La Habana, haciendo escala en el archipiélago canario, donde dejaría a tan ilustre pasajero. La embarcación llevaba el nombre de San Agustín y tenía por capitán a Mariano Muré.

Pero el destino había dispuesto que Antonio de Gálvez no llegara nunca a pisar suelo canario y el instrumento escogido para truncar los proyectos de nuestro protagonista era un capitán corsario marroquí llamado Alí Pérez.

Alí Pérez había nacido en Tetuán. No debe extrañar su apellido, uno de los más castizos de nuestra lengua, ya que lo recibió de sus antepasados moriscos, llegados a tierra marroquí tras la expulsión decretada en 1609-10 por Felipe III.

En aquella ocasión le cupo a Málaga el triste papel de ser el principal punto de embarque de los moriscos de Andalucía. A través de su puerto y bajo la severa dirección de Pedro de Arriola, lugarteniente del Capitán General de la Armada, una doliente riada humana partió para un exilio definitivo (7). Un buen número de expulsados se estableció en Tetuán y muchos de sus descendientes conservan todavía los apellidos que les legaron sus mayores.

Muchos de los moriscos que pasaron a Marruecos se dedicaron al corso. Destacaron por su audacia los naturales de la villa extremeña de Hornachos, pese a que venían de tierra adentro. Llegaron incluso a establecer un cantón independiente en la ciudad de Rabat (8).

Siguiendo la tradición de sus mayores, Alí Pérez había escogido la peligrosa vida de corsario. En 1777 era uno de los capitanes más renombrados de la marina del Imperio alawita. El Sultán le tenía en alta estima y en dos ocasiones lo envió como emisario ante la Corte de Francia. El cónsul de este país en Marruecos, Luis de Chénier -padre del famoso poeta Andrés María de Chénier, ejecutado durante la época del Terror - decía que el rais Pérez (9) c´est un Maure honnête et tranquille, plus raisonnable même que bien d´autres (10).

De acuerdo con una costumbre inveterada, cuando pasaron los primeros meses del año precipitado de 1777 y llegó la época propicia para la navegación, Alí Pérez aparejó su fragata y se hizo a la mar desde el apostadero de Salé en busca de presas enemigas. La embarcación llevaba el nombre de Maimona. Normalmente los corsarios volvían a sus bases cuando mediaba el otoño.
Estaba ya finalizando noviembre y Alí Pérez todavía no había regresado. Cundía el temor de que un naufragio o un adversario afortunado hubieran puesto trágico final a la carrera del arráez.

Pero tales sospechas eran infundadas y la Maimona seguía su crucero sin novedad. En el anochecer del 28 del citado mes navegaba por aguas atlánticas y podemos fijar la situación exacta en que se encontraba en aquellos momentos, gracias a la minuciosidad de la fuente informativa. Estaba a 33º 17´ de longitud Norte y a 6º 40´ del meridiano de Tarifa (11).

Pese a la escasa visibilidad que había en aquella hora, los corsarios divisaron una embarcación por el lado de barlovento. Estaba al Sureste de su derrota y a unas tres leguas de distancia. Con la esperanza de que se tratara de un mercante con bandera enemiga, los marinos marroquíes se dispusieron a darle caza. Y era, en efecto, un barco mercante inerme, que, al percatarse de la maniobra de aproximación de la Maimona, desplegó todo su velamen con ánimo de escapar. Intento vano, la fragata era mucho más veloz y no tardó en tenerlo al alcance de su artillería. Eran aproximadamente las once de la noche y había buena visibilidad. La posible víctima era la saetía San Agustín, a cuyo bordo viajaba Antonio de Gálvez.

Mariano Muré observaba con creciente angustia la nave que les perseguía. Si era argelina, como temía, podían darse todos por perdidos. El barco corsario hizo un disparo de advertencia, para indicar que la saetía debía ponerse al pairo y casi simultáneamente izó la bandera de Marruecos. Al identificar aquella enseña, el capitán español recuperó la tranquilidad. Nominalmente nuestro país estaba en guerra con el Sultán, pero era sobradamente conocido por todos que se estaba gestando la paz y los corsarios de uno y otro bando tenían órdenes rigurosas de no interferir el tráfico marítimo del adversario.

Respondiendo a la conminación de Alí Pérez, Muré mandó arbolar una bandera y un gallardete con los colores de España y puso su barco en facha, dejando únicamente desplegada la vela mayor. Por medio de una bocina le advirtieron que despachaban un bote para inspeccionar la saetía. Esta noticia dio mala espina al capitán, quien cambió impresiones con Gálvez y le aconsejó que se vistiera como un simple marinero, por si surgían complicaciones. El malagueño consideró muy sensata la sugerencia y la llevó a la práctica sin dilación.

Llegado el bote al costado del San Agustín salió a la cubierta de éste un tropel de vociferantes corsarios, blandiendo unos sables amenazadores. Sin atender a las protestas de Muré, que probablemente ninguno de ellos entendía, arrancaron con ademanes furiosos la bandera y el gallardete y, a empellones, obligaron a toda la tripulación, incluyendo al disfrazado Gálvez, a trasladarse al bote, en el que entraron también algunos de los captores, en tanto que otros quedaban en la saetía para atender a su gobierno.

Los angustiados marinos fueron obligados a manejar los remos. Gálvez observó consternado que, convenientemente doblados, los dos pabellones que representaban a la Patria servían de cómodo asiento a uno de los corsarios.

Arrimose el bote a la Maimona y los prisioneros subieron a su cubierta. Les esperaba Alí Pérez y los recibió con muestras de cordialidad. Habló entonces Muré con palabras dolidas por recibir un trato impropio de la paz virtual existente entre españoles y marroquíes. El arráez le contestó que no se encontraban en su barco en calidad de cautivos, sino como hombres libres y como tales los llevaría a un puerto del Imperio, hasta tanto se aclararan algunas dudas que se le ofrecían respecto a la validez legal del pasaporte que amparaba el viaje de la saetía. Este documento había sido requisado por la patrulla enviada a reconocer la nave. En realidad, se trataba de una excusa poco convincente destinada a justificar el atropello.

Visto el cariz tranquilizador que tomaba la situación, Gálvez se dio a conocer y, deseando recuperar la prestancia propia de un caballero, pidió que le trajesen sus pertenencias, dejadas en la saetía. Atendieron su demanda y una barquilla despachada al efecto se encargó de transportarlas.

Y según los documentos: sobre el alcázar, a presencia de todos, se quitó el traje y se puso otro y con el sombrero, espada y bastón dijo al arráez que trajeran presto al intérprete para lo que iba a decir, con la oficialidad junta y la taifa sobre cubierta, sentados en ella los más tomó el pasaporte y dijo: ¿Qué dudas tienes?

En una enérgica perorata explicó que si bien el pasaporte no estaba firmado por el Rey, la autoridad que lo avalaba tenía el respaldo regio. Encarándose con Alí Pérez le advirtió que sopesara sus actos, ya que podían conducir a una guerra abierta con España porque él era hermano de un ministro de Carlos III. Además, estaba causando un grave perjuicio a la saetía y retrasaba indebidamente la correspondencia que conducía a La Habana.

Ante aquél chaparrón de reconvenciones el arráez se puso en pie encolerizado porque, sin entender bien lo que le decían, creía que eran juramentos. Gálvez aseguró que no se trataba de tal cosa pero no negaba que estaba muy ofuscado por el desprecio que se había hecho a las armas de su Rey. Este argumento sería, posteriormente, la llave maestra que abriría para Gálvez la entrada a la Corte de Marruecos.

Un tanto desconcertado por las palabras del malagueño, Alí Pérez se retiró a la cámara del barco con sus oficiales para deliberar sobre el caso. A la salida comunicaron a sus forzados huéspedes que quedaban en libertad de proseguir su viaje. No obstante, para cumplir las apariencias, pidieron a Gálvez que escribiera de su puño y letra una copia del texto del tan controvertido pasaporte.

Así lo hizo, aunque en postura un tanto incómoda, tendido de lado sobre el tablón de la escotilla, teniendo a un lado al intérprete y un oficial al otro.

Pero la marinería corsaria no estaba de acuerdo con la decisión adoptada por sus superiores y animada por las exhortaciones del contramaestre mostró bien a las claras que no soltaría a los españoles. Alí Pérez trató vanamente de imponer su autoridad y, en señal de desesperación, se tiró tres veces de la barba pero, a la postre, tuvo que plegarse a las exigencias de sus marinos.

Hizo traer comidas y camas de la saetía, poniendo en ella una tripulación de cuatro marinos españoles y diez marroquíes. Los que quedaron en la Maimona fueron encerrados bajo la escotilla, incluyendo a Gálvez que, por ser persona de distinción, esperaba que lo instalaran en la cámara de oficiales. Las dos embarcaciones pusieron rumbo a Salé y en las maniobras preliminares la saetía chocó con la banda de estribor de la fragata y sufrió graves averías, sobre todo el palo de mesana. Como el mar se había encrespado fue un milagro que no se hundiera con el oleaje, según manifestaron más tarde sus tripulantes.

Y en la jornada del domingo 30 de noviembre los saletinos fueron testigos de la arribada de ambos barcos y respiraron satisfechos al comprobar que Alí Pérez y los suyos estaban sanos y salvos.

Los españoles fueron desembarcados y se les dio alojamiento en una posada. Alí Pérez y Gálvez escribieron sendas cartas al Sultán. La del segundo contiene una serie de párrafos muy interesantes recopilados en el libro que Rodríguez Casado dedicó a la política marroquí de Carlos III:

A causa de la neutralidad en que se hallan las dos Monarquías, dudoso (Alí Pérez) de la voluntad de V.R.M. determinó el traernos al puerto de Salé... Suplico a V.R.M. Despida su real decreto para que la expresada saetía se dé por libre y prosiga su derrota; y yo ya que he tenido la dicha de venir a los Dominios de V. M., dándome su real permiso, pasaré en persona a besarle sus reales pies y tomar su venia para si fuese servido de que conduzca Real pliego al Rey mi Señor, que Dios guarde, en que con el auxilio de dicho mi hermano el ministro de la buena paz y concordia que tanto se desea por todos los vasallos de ambas Coronas, lo haré sin faltar a todo quanto V.R.M. Se digne mandarme.

En la misiva se señalaba la posible colaboración del capitán Pérez en las gestiones a realizar para restablecer la paz. Olvidando el trato brutal de los asaltantes del San Agustín - que no fue más que el trato propio de todos los corsarios de todos los tiempos- aseguraba al Sultán que tanto Alí como sus oficiales y la tripulación tuvieron con los españoles capturados un comportamiento ejemplar (12).

Como se deduce fácilmente del texto de la carta, Gálvez estaba decidido a tomar el papel de embajador “espontáneo” con la esperanza de convertirse en el artífice de la reconciliación hispanomarroquí, poniendo así término a la guerra pacífica -valga la paradoja- que enfrentaba a las dos naciones. Antes de continuar es necesario dar algunas explicaciones aclaratorias acerca de aquél conflicto de tan insólitas características.

Desde los primeros años de su ascenso, a los respectivos tronos, tanto el Sultán Sidi Mohamed ben Abdalah como el rey Carlos III (13), dieron muestras evidentes de sus deseos de mantener relaciones cordiales entre las dos monarquías, marginando rencores seculares. Como dice Lourido Díaz en su libro los políticos reformadores que manejaron las riendas del gobierno de España, consideraban anacrónico y perjudicial para los intereses patrios el seguir considerando como enemigos natos a los marroquíes. (14) Además, la amistad con Marruecos significaba una baza importante frente a la presencia inglesa en Gibraltar.

Tras negociaciones muy laboriosas, las dos Coronas concluyeron un Tratado de Paz y de Comercio, firmado el 28 de mayo de 1767, fecha que corresponde al 1 de Muharram del año 1181 de la Hégira. Por parte española estampó su firma el famoso marino Jorge Juan.

El convenio estimuló el tráfico mercantil entre las dos partes signatarias. Ahora bien, en tanto que un enjambre de embarcaciones españolas, por lo general de poco porte, acudían a los puertos del otro lado del Estrecho para cargar, principalmente, ganado vacuno, harina, gallinas y naranjas, en nuestros puertos se vetaban las actividades de los traficantes marroquíes, debido a las rigurosas medidas proteccionistas impuestas por la Hacienda real en todo el litoral hispano. Se quejaron aquellos por la aplicación de tales restricciones, que contravenían las cláusulas del Tratado y ante sus insistentes reclamaciones, el gobierno de Carlos III les permitió que negociaran libremente en un solo punto de la fachada marítima peninsular, precisamente en Málaga, aunque a título excepcional, se toleraría la instalación en Cádiz de los mercaderes que procedieran de Rabat.

Los principales beneficiarios del comercio con Marruecos fueron los puertos de la costa gaditana, en particular el de Tarifa (15). De los ubicados en la malagueña, cabe destacar el de Estepona.
Repasando los estadillos enviados por los representantes españoles en diversos puertos del Imperio se ha constatado que en el primer semestre del año 1768 acudieron a la boca del río de Tetuán, con el fin de embarcar cargamentos de harina y de naranjas, varios laúdes y un falucho esteponeros y gracias a la meticulosidad de aquellos agentes consulares podemos dar los nombres de sus patrones: Bartolomé Carrasco, José y Juan Romero, Francisco Rodríguez, Luis Gabarrón, Andrés Fernández y Jaime Pla.

En aquel mismo periodo, y de igual paraje, salió para Málaga un canario patroneado por Nicolás María. Era un barco pequeño de 120 quintales de desplazamiento y llevaba una tripulación de seis hombres. La mercancía que tomó a su bordo consistía en cueros y cordobanes.

Respecto a los barcos marroquíes que hicieron escala en Málaga podemos hacer referencia de un jabeque que visitó nuestro puerto en los primeros días de junio de 1770. Se llamaba El Río y tenía por arráez a Mohamed Elvet.

Se ha conservado una curiosa nota de gastos, hechos con autorización del Ministro de Marina Interino del Puerto, para atender un pedido de víveres solicitado por el capitán magrebí.
Para conocimiento de los precios que corrían por aquella época podemos poner por ejemplo:
• 8 arrobas de coles a 5 reales y medio cada una
• 8 arrobas de habichuelas verdes a 7 y medio
• 200 hogazas de pan blanco a 11 cuartos una
• Un porrón de pasas a 24 cuartos
• 3 fanegas de aceitunas en salmuera a 83 reales
• 6 docenas de huevos a 3 reales y medio cada una
• 300 limones a 8 reales la centena
• 6 gallinas a nueve reales y medio cada una

Además de lo indicado se suministraron a los visitantes: cebollas, lechugas, habas, cerezas, albaricoques, vinagre, pollos, azúcar, bizcocho y arroz. También pidieron un juego de velas, pero la lona que se les ofreció no fue de su agrado y anularon la demanda. Asimismo hicieron provisión de agua, tomándola del pozo que había en el muelle y era de propiedad particular. Pagaron por ella y por el flete de unas lanchas que la transportaron al jabeque, la cantidad de 22 reales (16).

Durante los primeros años que siguieron al de la firma del Tratado las relaciones entre los dos signatarios, tanto a nivel comercial como político fueron, si no extremadamente cordiales, al menos corteses. Hasta que de manera inopinada, en septiembre de 1774 el Sultán declaró una extraña guerra a España, pues el soberano marroquí pretendía que las hostilidades se circunscribieran únicamente a los frentes terrestres pero manteniendo, sin trabas de ninguna clase, el tráfico marítimo entre los dos países.

Al frente de un importante ejército Sidi Mohamed ben Abdallah lanzó un durísimo ataque contra Melilla, poniendo a la plaza en grave aprieto. Los sitiadores encontraron un aliado inesperado en el viento de Levante, que durante varias semanas impidió que llegaran a la ciudad los socorros necesarios para su defensa.

En aquella difícil coyuntura, Málaga prestó una ayuda muy valiosa a los melillenses. Las investigaciones de Mir Berlanga han facilitado datos importantes acerca de ese auxilio. Así por ejemplo, consta que las mujeres y niños evacuados en los primeros días del asedio, a bordo de un barco francés que accidentalmente hizo escala en la fortaleza, encontraron adecuado alojamiento en tierra malagueña. Mientras duró el cerco también llegaron a ésta gran cantidad de enfermos y heridos que fueron atendidos en los hospitales de la ciudad (17).

Tras varios asaltos infructuosos el Sultán decidió renunciar a la empresa y levantó el campo el 19 de marzo de 1775. Casi desde el mismo momento que se retiró de los campos melillenses, el Sultán manifestó sus deseos de restablecer la armonía con los españoles. Éstos, a su vez, también ansiaban resucitar el espíritu de concordia que había permitido concluir el Tratado de 1767. Pero, por cuestiones de amor propio, ninguno quería dar el primer paso firme por el camino de la reconciliación, aunque entre bastidores se multiplicaban los contactos oficiosos. Pero pasaban los meses sin que de iure se pusiese fin al estado de guerra entre los dos países.

Entre los que laboraban con cautela para encontrar una solución satisfactoria al litigio, cabe destacar al franciscano José Boltas que cuidaba de un Hospicio que los misioneros de su Orden tenían en Mequinéz. A fines del año 1777, gracias a un derroche de paciencia y de habilidad, el fraile -que actuaba cumpliendo las directrices de su gobierno- estaba a punto de culminar con éxito su tarea, merced a la colaboración que encontró por parte del judío Samuel Sumbel, uno de los consejeros más escuchados por Sidi Mohamend ben Abdallah. Y fue entonces cuando apareció en escena Antonio de Gálvez.

Habíamos dejado a este caballero y a sus compatriotas en Salé, a la espera de la resolución del Sultán. Cambiando de fuente informativa ahora vamos a guiarnos por la información que facilita el cónsul de Francia, advirtiendo que tropezaremos con ciertas contradicciones, de carácter nimio, respecto a lo que se ha dicho en páginas precedentes.

El cónsul Chénier comunicaba a su gobierno cuantas noticias consideraba de interés. En una de sus cartas explicaba que el 27 de noviembre de 1777 el corsario Alí Pérez había apresado un pingüe catalán a la altura del Cabo San Vicente. El barco procedía de Cádiz y se dirigía a La Habana con un cargamento de harina, vino, frutos y otros efectos. El pretexto para la captura fue que no tenía en regla su pasaporte (18).

A bordo del pingüe viajaba un oficial que iba a tomar posesión de un cargo importante en Canarias. Se llamaba Antonio Gálvez y parecía ser de edad avanzada. Con sus compañeros de infortunio había sido traído a Salé el 1 de diciembre. El representante galo rogó al Gobernador de la ciudad que le permitiera ofrecer albergue en su casa a tan ilustre personaje pero el jerarca marroquí no se determinó a aceptar tal propuesta, ordenando que se alojara en una casa de la ciudad junto con sus compañeros, hasta que se recibieran instrucciones reales.

Insistió el cónsul en su oferta y esta vez haciéndolo directamente al interesado, primero por carta y luego de palabra, pero el seigneur andalou -así lo nombra Chénier- manifestó que estaría mejor con los marinos.

Gálvez había escrito una carta al Sultán hablándole vagamente de las negociaciones de paz que entre bastidores se estaban realizando. Daba a entender que si iba a Madrid, por encargo del soberano alawita, podría acelerar la conclusión de un acuerdo. En ese viaje convenía que le acompañara Alí Pérez que haría un buen papel en la Corte, puesto que estaba al corriente de las costumbres europeas.

El cónsul retrata al malagueño como un hombre jactancioso que presumía mucho por tener un hermano encargado del Ministerio de las Indias. Para adquirir mayor prestigio entre los saletinos había mostrado al Gobernador y a los administradores del puerto unos papeles en los que constaba su árbol genealógico y les contó que tenía diversas bulas del Papa. Con tono mordaz, comentaba Chénier que aquellos marroquíes hubieran tenido más devoción a algunas monedas de España que a todas las bulas en cuestión. Ahora se alegraba de que no aceptara la invitación de ser su huésped car s´en serait peut-etre pris a moi de quelques rodomontades qui paraissent hors de saison.

Si recién llegado a Salé Gálvez se había mostrado mesurado en sus palabras, cuando advirtió que le miraban con respeto cambió radicalmente de actitud y con tono altivo, puso de manifiesto su indignación ante el insulto sufrido por el pabellón de su Rey y por la poca consideración que se había tenido con su persona, indicando su voluntad de pasar a Mequinez para hablar con el Sultán. El representante de Francia opinaba que nuestro protagonista trataba de hacer méritos ante la Corte española (19).

Volviendo de nuevo a la documentación del Archivo Histórico Nacional, hay que indicar que el 9 de diciembre llegó carta de Sidi Mohamed dando por desacertada la conducta de Alí Pérez. Por consiguiente la saetía podía zarpar cuando lo tuviera por conveniente. Cada uno de sus tripulantes recibiría una libra de carne y dos panes, por vía de obsequio. En cuanto a Gálvez, quedaba autorizado para trasladarse a la Corte marroquí. Cuando ya se vislumbraba una solución, aquella intromisión podía echarlo todo a perder. Su opinión sobre la conducta del caballero malagueño era altamente desfavorable. Conceptúo -escribía Boltas- que tal vez iría disgustado a Canarias, y que por este medio y el favor de su hermano...procuraba fabricarse su fortuna en Europa. Apostillando estas acerbas palabras, Rodríguez Casado opina que Gálvez actuaba movido en parte por su juventud y en parte por el deseo de correr una aventura diplomática (20).

Las razones que tuvo nuestro personaje para autonombrarse representante oficioso del Rey de Marruecos no las sabemos a ciencia cierta, pero sí podemos objetar en lo que respecta a su juventud, pues en aquel tiempo había cumplido los 49 años y, si nos atenemos a lo que contaba el cónsul francés, aparentaba incluso más edad.

Otro historiador, Conrotte, menciona a nuestro personaje como un aventurero llamado Gálvez y le reprocha que con el fin de halagar el orgullo de Sidi Mohamed ben Abdallah fingía una autoridad y una significación de que carecía (21).

A la vista de cuantas referencias se han recogido, en los párrafos precedentes, la imagen nuestro personaje no puede ser más deplorable. Pero antes de emitir un veredicto definitivo es necesario escuchar otros testimonios y, en primer lugar, al acusado. Sepamos como contaba su primera entrevista con el Padre Boltas : A mi llegada al ospisio se me resivió con la mayor yndisplisensia de aquel Guardian -se refiere a Boltas- quien aseguró en presensia de los religiosos que no tenia notisias del Ministro de yndias Galves ni conosia tal caballero nostante de aber estado en la Corte muchos años y ser mui confidente de el Sr. Conde de Florida Blanca en tiempo que era fiscal de Castilla.

Gálvez se quedó de una pieza cuando Boltas aseguró que ignoraba la existencia de un personaje tan encumbrado como era su hermano José. Ahora bien, cuando quedó a solas con el religioso supo que éste había estado fingiendo. Conocía perfectamente al Ministro de Indias – le confesó- pero lo disimuló en público por temor a que el Sultán decidiera sacar provecho de aquel parentesco y retuviera a Antonio en calidad de rehén, con lo que tendría en sus manos una buena baza para obtener condiciones más favorables en las conversaciones que estaban en curso.

Boltas no ocultó a su interlocutor el disgusto que le causaba su presencia y tuvo para él frases muy desagradables, manifestando que no pensaba prestarle ayuda alguna en su pretensión de reunirse con el Sultán. Fue sin duda algún demonio -dijo- el que trajo a Gálvez a Marruecos.

Terminada la crispada entrevista, preludio de otras tanto o más tempestuosas que la primera, Boltas tuvo un cambio de impresiones con Sumbel, con quien hacía muy buenas migas y el hebreo estuvo de acuerdo en torpedear las iniciativas emprendidas por el forastero.

El berrinche del fraile había sido tan grande que tuvo que guardar cama levemente indispuesto y un recadero judío del Hospicio tuvo que ir a la botica para que le prepararan una bebida sedante. Hay que comprender que se sintiera muy afectado ante la posibilidad de que otro recogiera la siembra que, con infinita paciencia e, incluso, con evidentes riesgos había estado realizando a lo largo de muchos meses.

Un testigo de una de las trifulcas que en días sucesivos protagonizaron los dos antagonistas, el novicio Fray Antonio de Buenaventura Nogales y Capote, comentaba, con ortografía poco académica que Boltas trató a su ilustre tocayo de forma capaz de quevrantar una piedra... y le volvió la espalda con saña y furol.

Los esfuerzos desplegados por Gálvez para exponer sus planes al Sultán y los de Boltas tendentes a impedir esa pretensión fueron desmesurados y agotadores. Finalmente salió el primero triunfador en la porfía y pudo entrevistarse con el monarca en público y en privado, dejándole convencido de que era el embajador idóneo para futuras conversaciones de paz.

Tenemos una descripción muy colorista respecto al encuentro de Gálvez con el Emperador, en el curso de una audiencia multitudinaria celebrada en la plaza pública de Mequinez un viernes, a la salida de la mezquita. Un enorme gentío formado por más de cinco mil personas tuvo ocasión de admirar al caballero, a quien acompañaban los misioneros y el intérprete judío. Un cronista presente en la ceremonia comentaba estaba el caballero de Cristo embozado en su capa de rica grana que asombraba a la turba y dejándola caer en los brasos de un moro se quedó en cuerpo, cuando el Emperador vido a Gálvez puesto en su caballo mirando a un lado y a otro dijo a la turba por dos veces !bono! !bono!... preguntó a Gálvez que qué buscaba por sus tierras, respondió en invicto caballero con su sombrero en la mano y el bastón en la otra y dijo...

El malagueño expuso en primer lugar sus agravios y luego su deseo de ser útil a ambas Coronas. Y, a la postre, recibió toda clase de satisfacciones incluyendo la devolución de la bandera y el gallardete del San Agustín. Además, al despedirlo cuando se dispuso a reintegrarse a su patria vía Ceuta, tanto Sidi Mohamed ben Abdallah, como algunos de sus cortesanos le hicieron numerosos regalos: dátiles, harina, gallinas, carneros, un caballo con su silla y aderezo de montar, una piel de león, etc. Correspondió debidamente a esas finezas, aunque para ello tuvo que empeñar algunas de sus alhajas.

El Sultán le confió unos obsequios que debía entregar a Carlos III, entre los que figuraba una leona. El soberano marroquí le manifestó el gran aprecio que sentía por su colega hispano, al que colmaba de alabanzas siempre que se presentaba una ocasión oportuna (22).

Caía la tarde en el área del Estrecho de Gibraltar. Reinaba un tiempo desapacible aquel 30 de enero de 1778. Hoscos nubarrones cubrían el cielo y descargaban una recia lluvia.

Los centinelas que montaban guardia en los puestos avanzados de las líneas defensivas de la plaza de Ceuta, aguantando a pie firme el temporal observaron, con cierta sorpresa, que en el campo marroquí izaban una bandera de parlamento. Aunque oficialmente, desde el otoño de 1774, había guerra en aquella frontera, lo cierto era que ambos beligerantes llevaban muchos meses sin hostilizarse y sabían perfectamente que se estaban llevando a cabo negociaciones, con el fin de restablecer la paz.

En el curso de la prolongada tregua, acordada tácitamente por los dos contendientes, se habían multiplicado los contactos entre la guarnición que defendía Ceuta y las tropas marroquíes que trataban de conquistarla. Por lo tanto, aquella solicitud de parlamento no resultaba insólita pero era sorprendente que se produjera en unos momentos de violenta borrasca. Evidentemente debía tratarse de un asunto urgente e importante.

Se transmitió la novedad al Mariscal de Campo Joaquín de Salcedo, Gobernador Militar de la plaza, y cumpliendo sus órdenes el intérprete Francisco Barcelar Arráez de Mendoza (23) se presentó ante las trincheras enemigas para informarse.

Cumplida la comisión volvió diciendo que un caballero español, al parecer de elevado rango, acababa de llegar de la Corte marroquí y solicitaba permiso para entrar en Ceuta. Venía con él, en calidad de emisario, un secretario del Sultán que era portador de una carta personal de su soberano destinada al Rey de España y debía entregarla al Gobernador de Ceuta en propia mano. Transmitida al campo marroquí la respuesta favorable a la solicitud, no tardó en dirigirse hacia la plaza una pequeña comitiva. Y cosa curiosa, junto con los bagajes venía una jaula con la leona regalo del Sultán a Carlos III, pero no el caballo que había dejado en Tánger para embarcarlo. Hay que señalar que, en aquellos tiempos, los leones eran bastante abundantes en Marruecos, pero la implacable persecución del hombre acabó exterminándolos.

Con el caballero venían además del emisario marroquí, ya citado, dos desertores de la guarnición de Melilla que se reintegraban a la Patria, aunque seguramente no lo hacían por propia voluntad. El grupo franqueó los fosos que defendían el recinto amurallado y entró en la ciudad. Los testigos presentes observaron que todos mostraban señales de fatiga, como consecuencia del penoso viaje que acababan de realizar y es más, fue bien notorio que el caballero pareció quitarse una grave preocupación cuando se vio sano y salvo en el interior de la fortaleza.

Aunque las normas sanitarias exigían que todos los que venían de Berbería tenían que someterse a una rigurosa cuarentena antes de ser admitidos en Ceuta, se hizo una excepción con los recién llegados pero, previamente, empeñaron su palabra de honor, asegurando que en aquellos tiempos no había brotes epidémicos en territorio marroquí.

El Gobernador brindó albergue a su ilustre e inesperado huésped y al emisario de Marruecos.
En la jornada siguiente Salcedo escribió sendas cartas al Marqués de Grimaldi, al Conde de Ricla y al de Floridablanca, dándoles cuenta pormenorizada de lo ocurrido en la víspera.

El día 10 de febrero, de ese mismo año, Antonio de Gálvez regresó a la Península, concretamente se trasladó a Cádiz y obtuvo numerosos parabienes por sus improvisadas gestiones en la Corte de Marruecos. Desde allí, con fecha 30 de marzo, envía al Conde de Floridablanca unos artículos sobre un futuro Tratado Basallo de S.M. Catholica, bien instruido por experiencia del motivo principal que causó el rompimiento de Guerra:

1. Respeto territorial, evitarán que un tercero dañe a los firmantes y si las conveniencias lo requieren en caso de guerra con otros serán neutrales.
2. Se intercambiarán cónsules. El de España tendrá prohibición baxo grave pena de que pueda tratar directamente con ningún judío, prohibiéndose a todo español que esté en Marruecos por negocio de comercio asentado o transeunte tener criados hebreos, ni traerlos a España. Los tratos que sea preciso hacer con ellos se harán con intérprete español o moro. Si algún hebreo entra clandestinamente en España debe ser castigado.
3. Los cónsules podrán tener audiencia con las autoridades del Imperio y nadie les pedirá gratificación por prestarles apoyo cerca del Gobierno.
4. Los súbditos de ambas naciones podrán asentarse en cualquier puerto, ciudad o lugar.
5. Se devolverán los pasados y los apóstatas se verá si han obrado con sinceridad. Se pondrá Bando para los que habiendo apostatado quieran volver a su antigua religión sin coacciones.
6. Habrá total libertad comercial. Cuando se avisten barcos de ambas naciones usaran de su bandera larga y gallardete puestos en su palo mayor y una bandera blanca a proa. Si quieren investigar en el barco del otro país echarán un bote al agua en el que irá un solo hombre. Si llevan a bordo personas de nación enemiga la respetarán las del otro país.
7. Los barcos españoles incluyendo los de Canarias tendrán libertad de pesca y cogida de coral en los límites y tiempos que se indiquen.
8. Se establecerán aranceles fijos.
9. En maio se permitirá el corte de leña en las inmediaciones de Ceuta, Peñón, Alhucemas y Melilla. En compensación los fronterizos tendrán libertad para vender sus productos en esos presidios.
10. En casos de peste se podrán cortar los contactos. Si hay rompimiento de relaciones, lo que Dios no permita, se fijará un plazo previo de armisticio de 6 meses.

En ese mismo mes corrían rumores de que querían mandar a Gálvez en una nueva misión a Marruecos, pero que él no lo deseaba por lo mucho que pasó y porque no quiere dar nuevos disgustos a su mujer. Se le relevó del cargo concedido en Canarias, recibiendo a cambio, el nombramiento de Comandante General del resguardo de la Bahía de Cádiz y Administrador del puerto de Cádiz, destino desde el cual fomentó las relaciones comerciales con los países africanos, que le reportaron grandes beneficios económicos a la Corona y a él, ya que su sueldo de Comandante General era de 75.000 reales anuales.

España y Marruecos firmaron un nuevo Tratado de paz el día 30 de marzo de 1780. El 1 de junio de 1783 el Rey le concedió a Antonio Gálvez una cruz de Caballero Pensionista de la R.O. de Carlos III. Debido a este motivo Gálvez presentó sus pruebas de nobleza y limpieza de sangre con arreglo a lo prevenido en la Instrucción y Constituciones de esta Orden, justificando plenamente la hidalguía y privilegios concedidos a esta familia. Acompañó asimismo un árbol genealógico que expresaba su ascendencia de esplendor y nobleza (24).

En octubre de 1783 el Conde de Floridablanca envió una carta a Boltas. En ella le daba la grata nueva de que había sido nombrado Obispo de Seo de Urgel y le comunicaba que el Rey estaba sumamente contento por la conducta que ha observado hasta ahora en ese país y por los servicios que ha hecho (25). Las discrepancias surgidas entre Gálvez y Boltas por conseguir la paz con Marruecos acabaron disipándose con el paso de los años.

En diciembre de 1792, concretamente el día 29 Antonio de Gálvez fallecía en Madrid repentinamente o casualmente, ignorándose la causa de dicho fallecimiento. En aquel momento Antonio carecía de influencia alguna en la Corte ya que habían desaparecido sus hermanos.

La Gaceta de Madrid de 21 de mayo de 1799 recoge los Autos de testamentarías por los que se cita y emplaza por medio de papeles públicos a todos los que se consideren con derecho a dichas testamentarías para que en el preciso y perentorio término de dos meses se presenten en el Consejo de Guerra por medio de procurador, con poder bastante para justificar y pedir lo que les convenga.

Las numerosas explicaciones que se encuentran en sus testamentos dando cuenta de la adquisición de su cuantiosa fortuna y defendiendo su integridad moral durante su gestión en Cádiz corroboran las sospechas que corrían en la Corte y en su provincia sobre el mérito de sus nombramientos y su capacidad para desempeñarlos. No obstante, a pesar de su gran fortuna personal, Antonio queda debiendo al morir 21.148 reales y 16 maravedíes al Montepío de las Reales Oficinas de Málaga, lo que originó un prolongado pleito entre el Estado y sus herederos, quienes no pudieron tomar posesión de su herencia hasta abril de 1803 (26).

En los tres testamentos que otorgaron el matrimonio Gálvez aparecen como únicas herederas por partes iguales María Rosa Gálvez, su hija y una sobrina hija de José y futura Marquesa de Sonora, Mª Josefa Gálvez y Valenzuela.

En 1804 la Gaceta de Madrid de 5 de octubre, recoge las Obras poéticas de Dª. Mª. Rosa de Gálvez, señalando que se trata de tres tomos en 8º mayor, que contienen poesías líricas y dramáticas de diversos géneros y asuntos. También precisa que se venden en la librería de Castillo à 24 reales en rústica y 36 en pasta.

Como conclusión podemos decir que Antonio de Gálvez y Gallardo el más desconocido de todos los Gálvez, ocupó altos puestos en la política de su tiempo. Quiso pasar a la posteridad como mediador de la paz entre España y Marruecos, pero a diferencia de sus hermanos, los cargos que desempeñó estuvieron en un nivel más bien regional y nacional que internacional.

 

 

Notas pié de página.

1 Lección inaugural del curso 1981-82 impartida en el I.N.B. Ntra. Sra. de la Victoria de Málaga por D. Carlos Posac Mon, Doctor de Lengua Griega. Recogida en una publicación realizada por el I.N.B. en ese mismo año.
2 GÁLVEZ, María Rosa. Apuntes para una biografía. La verdadera vida de María Rosa de Gálvez. Capítulo I, p. 1, 2003.
3 GUILLEN ROBLES,F., Historia de Málaga y su provincia. Málaga 1874, pp. 598-602.
4 Ídem.
5 GÁLVEZ, María Rosa. Ob. Cit. ,pp 4.-8.
6 Parece ser que su nacimiento tuvo lugar entre 1768 y comienzos de 1769.
7 LAPEYRE, H., Géographie de l´Espagne Morisque, París,1969, pp. 154-156.
8 GOZALBES BUSTOS, G., La República andaluza de Rabat en el siglo XVIII. Cuadernos de la Biblioteca Española de Tetuán, nº 9-10, 1974.
9 Con la voz árabe rais se designaba al capitán de un barco. De ella deriva la voz española arráez.
10 CAILLÉ, J. Le Consulat de Chénier au Maroc (1767-1782). Les dépenses de la France . HESPERIS XLIII, Rabat, 1956, p. 285.
11 Con el fin de evitar la proliferación de notas bibliográficas todos los datos proceden de documentos conservados en el Archivo Histórico Nacional, legajo 5836 de la sección de Estado.
12 RODRÍGUEZ CASADO ,V., Política marroquí de Carlos III, Madrid 1946 ,p .275.
13 El marroquí fue aclamado como Sultán el 12 de noviembre de 1757 y el monarca español entró en Madrid el 13 de julio de 1760.
14 LOURIDO DÍAZ ,R. El Sultanato de Sidi Muhammad B.Abd Allah (1757- 1790). Cuadernos de Historia del Islam, Granada, 1970, p. 103.
15 POSAC MON, C., Las relaciones comerciales entre Tánger y Tarifa en el periodo 1766- 68. Cuadernos de la Biblioteca Española de Tetuán, nº 12, 1975, pp. 33-53.
16 A.H.N. Estado, legajo 4.311.
17 MIR BERLANGA, F., La ayuda de Málaga a Melilla durante el sitio de 1774-1775. Jábega 10, junio 1975, p. 46.
18 En el artículo 2º del Tratado de 1767 se estipulaba: “La navegación se ejecutará por ambas naciones con los pasaportes correspondientes dispuestos de suerte que para su inteligencia no sea necesario saber leer”.
19 GRILLÓN, P., Un chargé d´affaires au Maroc. La correspondance du Consul Louis Chénier (1767- 1782), Paris 1970, tomo I, pp. 600-1.
20 RODRÍGUEZ CASADO, V ., Ob. Cit. , p. 274.
21 CONROTTE, M., España y los países musulmanes durante el Ministerio de Floridablanca, Madrid, 1909, p.244
22 ARRIBAS PALAU, M., La amistad de Mawlay Muhammad b. Abd Allah hacia Carlos III. Cuadernos de la Biblioteca Española de Tetuán, nº 3 , 1966 pp. 57-62; TORRA FERRER, D., La amistad entre Mawlay Muhammad y Carlos III, según González Salmón, TAMUDA, Tetuán, 1956, tomo IV, pp. 213-228.
23 El intérprete pertenecía a una distinguida familia de la ciudad que descendía de un linaje de hidalgos portugueses. No olvidemos que Ceuta perteneció al reino lusitano hasta 1668.
24 A.H.N. Estado, Carlos III. Exp. 165.
25 RODRÍGUEZ CASADO, V., Ob. Cit. p. 331.
26 GÁLVEZ, Mª R. Ob. Cit. p.6

 

Carlos Posac Mon

 

Mª Dolores Posac Jiménez

 

D. CARLOS POSAC MON

Es muy difícil resumir en una líneas una vida entera entregada a la docencia, a la investigación histórica y a la Arqueología, pues se quedan en el aire numerosas vivencias, en primera persona, de alguien que ha conocido el reinado de Alfonso XIII, la dictadura de Primo de Rivera, la II República, la Guerra Civil que le dejó una profunda huella a nivel familiar y personal, la dictadura del General Franco y la llegada de la Democracia a España. Afortunadamente su longevidad ha ido aportándole un gran bagaje intelectual que solamente se adquiere a través de su inagotable trabajo, que a día de hoy aún cultiva infatigablemente.

Nació en Tarragona, aunque a los 10 años de edad se traslada con su familia a Melilla. Inicia sus estudios universitarios en la facultad de Filosofía y Letras de Zaragoza para continuarlos, especializándose en la rama de Filología Clásica, en la Universidad Complutense de Madrid.

Tras obtener la cátedra por oposición de Lengua Griega ejerce su trabajo en las ciudades de Badajoz y Ceuta hasta que por concurso de traslado es destinado al Instituto Español de Tánger.

Desde el primer momento compagina su labor docente con su pasión por la Arqueología ya que, cursando el último año de carrera, forma parte del Seminario de Historia Primitiva del Hombre que dirigía el profesor Julio Martínez Santaolalla. A partir de aquí interviene en numerosísimas campañas arqueológicas no solo en España sino también en el norte de Marruecos e Italia. Su intervención fue decisiva para la creación del Instituto de Estudios Ceutíes y la Sala Municipal de Arqueología de dicha ciudad, futuro Museo Arqueológico.

En el verano de 1960 descubre la villa romana de Marbella situada en la desembocadura de Río Verde, ornada con mosaicos de extraordinaria calidad. Otros éxitos científicos en el ámbito de la Arqueología serían : los trabajos en Los Algarves de Tarifa ( Cádiz); la excavación de la basílica paleocristiana de la Vega de Mar, en Marbella y el descubrimiento de una nueva villa romana en la playa de Sabinillas de Manilva (Málaga).

En 1984 realizó su tesis doctoral en la Universidad Complutense con el profesor Blázquez bajo el título El Estrecho de Gibraltar en tiempos clásicos. Tres años más tarde se jubiló en el Instituto de Nuestra Señora de la Victoria de Málaga, pero desde entonces prosigue su actividad investigadora, fruto de la cual han sido 7 libros, 5 opúsculos y más de 150 artículos.

Ha sido Comisario Local de Excavaciones Arqueológicas de Badajoz, Delegado Local de Excavaciones Arqueológicas de Ceuta, Vicepresidente de la Societé d´Historie et de Archèologie de Tánger, Socio correspondiente de la AssociaÇao dos Arqueólogos Portugueses. Fue becado para realizar estudios de Prehistoria en el Mussée de L´Homme de Paris, para colaborar en las exploraciones submarinas de Albenga (Italia) y para el estudio de las relaciones mercantiles medievales entre Ceuta y Génova en los documentos del Archivo di Estato de Génova.

Es Premio de Investigación Ciudad de Fuengirola, Premio de Investigación Ayuntamiento de Mijas, Premio de Investigación Ciudad de Tarifa y Medalla de oro de la Ciudad Autónoma de Ceuta. Recientemente el Instituto de Cultura Mediterránea de Melilla ha recopilado todos sus trabajos relacionados con dicha ciudad, en el libro publicado “Prehistoria del Rif Oriental en la obra de Carlos Posac Mon”. Ha recibido la medalla de plata de la UNESCO en la Universidad de Zaragoza y la Encomienda de Alfonso X el Sabio. En el año 2005 la Real Academia de San Telmo le concedió la Medalla de Honor.